Los males actuales
2. Tristes, en verdad, y con muy apenado ánimo Nos dirigimos a vosotros,
a quienes vemos llenos de angustia al considerar los peligros de los tiempos
que corren para la religión que tanto amáis. Verdaderamente, pudiéramos
decir que ésta es la hora del poder de las tinieblas para cribar, como
trigo, a los hijos de elección (3). Sí; la tierra está
en duelo y perece, inficionada por la corrupción de sus habitantes, porque
han violado las leyes, han alterado el derecho, han roto la alianza eterna (4).
Nos referimos, Venerables Hermanos, a las cosas que veis con vuestros mismos
ojos y que todos lloramos con las mismas lágrimas. Es el triunfo de una
malicia sin freno, de una ciencia sin pudor, de una disolución sin límite.
Se desprecia la santidad de las cosas sagradas; y la majestad del divino culto,
que es tan poderosa como necesaria, es censurada, profanada y escarnecida: De
ahí que se corrompa la santa doctrina y que se diseminen con audacia
errores de todo género. Ni las leyes sagradas, ni los derechos, ni las
instituciones, ni las santas enseñanzas están a salvo de los ataques
de las lenguas malvadas.
Se combate tenazmente a la Sede de Pedro, en la que puso Cristo el fundamento de la Iglesia, y se quebrantan y se rompen por momentos los vínculos de la unidad. Se impugna la autoridad divina de la Iglesia y, conculcados sus derechos, se la somete a razones terrenas, y, con suma injusticia, la hacen objeto del odio de los pueblos reduciéndola a torpe servidumbre. Se niega la obediencia debida a los Obispos, se les desconocen sus derechos. Universidades y escuelas resuenan con el clamoroso estruendo de nuevas opiniones, que no ya ocultamente y con subterfugios, sino con cruda y nefaria guerra impugnan abiertamente la fe católica. Corrompidos los corazones de los jóvenes por la doctrina y ejemplos de los maestros, crecieron sin medida el daño de la religión y la perversidad de costumbres. De aquí que roto el freno de la religión santísima, por la que solamente subsisten los reinos y se confirm el vigor de toda potestad, vemos avanzar progresivamente la ruina del orden público, la caída de los príncipes, y la destrucción de todo poder legítimo. Debemos buscar el origen de tantas calamidades en la conspiración de aquellas sociedades a las que, como a una inmensa sentina, ha venido a parar cuanto de sacrílego, subversivo y blasfemo habían acumulado la herejía y las más perversas sectas de todos los tiempos.
Los Obispos y la Cátedra de Pedro
3. Estos males, Venerables Hermanos, y muchos otros más, quizá
más graves, enumerar los cuales ahora sería muy largo, pero que
perfectamente conocéis vosotros, Nos obligan a sentir un dolor amargo
y constante, ya que, constituidos en la Cátedra del Príncipe de
los Apóstoles, preciso es que el celo de la casa de Dios Nos consuma
como a nadie. Y, al reconocer que se ha llegado a tal punto que ya no Nos basta
el deplorar tantos males, sino que hemos de esforzarnos por remediarlos con
todas nuestras fuerzas, acudimos a la ayuda de vuestra fe e invocamos vuestra
solicitud por la salvación de la grey católica, Venerables Hermanos,
porque vuestra bien conocida virtud y religiosidad, así como vuestra
singular prudencia y constante vigilancia, Nos dan nuevo ánimo, Nos consuelan
y aun Nos recrean en medio de estos tiempos tan tristen como desgarradores.
Deber Nuestro es alzar la voz y poner todos los medios para que ni el selvático jabalí destruya la viña, ni los rapaces lobos sacrifiquen el rebaño. A Nos pertenece el conducir las ovejas tan sólo a pastos saludables, sin mancha de peligro alguno. No permita Dios, carísimos Hermanos, que en medio de males tan grandes y entre tamaños peligros, falten los pastores a su deber y que, llenos de miedo, abandonen a sus ovejas, o que, despreocupados del cuidado de su grey, se entreguen a un perezoso descanso. Defendamos, pues, con plena unidad del mismo espíritu, la causa que nos es común, o mejor dicho, la causa de Dios, y mancomunemos vigilancia y esfuerzos en la lucha contra el enemigo común, en beneficio del pueblo cristiano.
4. Bien cumpliréis vuestro deber si, como lo exige vuestro oficio, vigiláis tanto sobre vosotros como sobre vuestra doctrina, teniendo presente siempre, que toda la Iglesia sufre con cualquier novedad (5), y que, según consejo del pontífice San Agatón, nada debe quitarse de cuanto ha sido definido, nada mudarse, nada añadirse, sino que debe conservarse puro tanto en la palabra como en el sentido (6). Firme e inconmovible se mantendrá así la unidad, arraigada como en su fundamento en la Cátedra de Pedro para que todos encuentren baluarte, seguridad, puerto tranquilo y tesoro de innumerables bienes allí mismo donde las Iglesias todas tienen la fuente de todos sus derechos (7). Para reprimir, pues, la audacia de aquellos que, ora intenten infringir los derechos de esta Sede, ora romper la unión de las Iglesias con la misma, en la que solamente se apoyan y vigorizan, es preciso inculcar un profundo sentimiento de sincera confianza y veneración hacia ella, clamando con San Cipriano, que en vano alardea de estar en la Iglesia el que abandona la Cátedra de Pedro, sobre la cual está fundada la Iglesia (8).
5. Debéis, pues, trabajar y vigilar asiduamente para guardar el depósito de la fe, precisamente en medio de esa conspiración de impíos, cuyos esfuerzos para saquearlo y arruinarlo contemplamos con dolor. Tengan todos presente que el juzgar de la sana doctrina, que los pueblos han de creer, y el regimen y administración de la Iglesia universal toca al Romano Pontífice, a quien Cristo le dio plena potestad de apacentar, regir y gobernar la Iglesia universal, según enseñaron los Padres del Concilio de Florencia (9). Por lo tanto, cada Obispo debe adherirse fielmente a la Cátedra de Pedro, guardar santa y religiosamente el depósito de la santa fe y gobernar el rebaño de Dios que le haya sido encomendado. Los presbíteros estén sujetos a los Obispos, considerándolos, según aconseja San Jerónimo, como padre de sus almas (10); y jamás olviden que aun la legislación más antigua les prohibe desempeñar ministerio alguno, enseñar y predicar sin licencia del Obispo, a cuyo cuidado se ha encomendado el pueblo, y a quien se pedirá razón de las almas (11). Finalmente téngase como cierto e inmutable que todos cuantos intenten algo contra este orden establecido perturban, bajo su responsabilidad, el estado de la Iglesia.
--------------------------------------------------------------------------------
Disciplina de la Iglesia, inmutable
6. Reprobable, sería, en verdad, y muy ajeno a la veneración con
que deben recibirse las leyes de la Iglesia, condenar por un afan caprichoso
de opiniones cualesquiera, la disciplina por ella sancionada y que abarca la
administración de las cosas sagradas, la regla de las costumbres, y los
derechos de la Iglesia y de sus ministros, o censurarla como opuesta a determinados
principios del derecho natural o presentarla como defectuosa o imperfecta, y
sometida al poder civil.
En efecto, constando, según el testimonio de los Padres de Trento (12), que la Iglesia recibió su doctrina de Cristo Jesús y de sus Apóstoles, que es enseñada por el Espíritu Santo, que sin cesar la sugiere toda verdad, es completamente absurdo e injurioso en alto grado el decir que sea necesaria cierta restauración y regeneración para volverla a su incolumidad primitiva, dándola nueva vigor, como si pudiera ni pensarse siquiera que la Iglesia está sujeta a defecto, a ignorancia o a cualesquier otras imperfecciones. Con cuyo intento pretenden los innovadores echar los fundamentos de una institución humana moderna, para así lograr aquello que tanto horrorizaba a San Cipriano, esto es, que la Iglesia, que es cosa divina, se haga cosa humana (13). Piensen pues, los que tal pretenden que sólo al Romano Pontífice, como atestigua San León, ha sido confiada la constitución de los cánones; y que a él solo compete, y no a otro, juzgar acerca de los antiguos decretos, o como dice San Gelasio: Pesar los decretos de los cánones, medir los preceptos de sus antecesores para atemperar, después de un maduro examen, los que hubieran de ser modificados, atendiendo a los tiempos y al interés de las Iglesias (14).
Celibato clerical
--------------------------------------------------------------------------------
---------------------------------------
Libertad de imprenta
11. Debemos también tratar en este lugar de la libertad de imprenta,
nunca suficientemente condenada, si por tal se entiende el derecho de dar a
la luz pública toda clase de escritos; libertad, por muchos deseada y
promovida. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar qué monstruos
de doctrina, o mejor dicho, qué sinnúmero de errores nos rodea,
diseminándose por todas partes, en innumerables libros, folletos y artículos
que, si son insignificantes por su extensión, no lo son ciertamente por
la malicia que encierran; y de todos ellos sale la maldición que vemos
con honda pena esparcirse sobre la tierra. Hay, sin embargo, ¡oh dolor!,
quienes llevan su osadía a tal grado que aseguran, con insistencia, que
este aluvión de errores esparcido por todas partes está compensado
por algún que otro libro, que en medio de tantos errores se publica para
defender la causa de la religión. Es de todo punto ilícito, condenado
además por todo derecho, hacer un mal cierto y mayor a sabiendas, porque
haya esperanza de un pequeño bien que de aquel resulte. ¿Por ventura
dirá alguno que se pueden y deben esparcir libremente activos venenos,
venderlos públicamente y darlos a beber, porque alguna vez ocurre que
el que los usa haya sido arrebatado a la muerte?
12. Enteramente distinta fue siempre la disciplina de la Iglesia en perseguir la publicación de los malos libros, ya desde el tiempo de los Apóstoles: ellos mismos quemaron públicamente un gran número de libros (23). Basta leer las leyes que sobre este punto dio el Concilio V de Letrán y la Constitución que fue publicada después por León X, de f. r., a fin de impedir que lo inventado para el aumento de la fe y propagación de las buenas artes, se emplee con una finalidad contraria, ocasionando daño a los fieles (24). A esto atendieron los Padres de Trento, que, para poner remedio a tanto mal, publicaron el salubérrimo decreto para hacer un Indice de todos aquellos libros, que, por su mala doctrina, deben ser prohibidos (25). Hay que luchar valientemente, dice Nuestro predecesor Clemente XIII, de p. m., hay que luchar con todas nuestras fuerzas, según lo exige asunto tan grave, para exterminar la mortífera plaga de tales libros; pues existirá materia para el error, mientras no perezcan en el fuego esos instrumentos de maldad (26). Colijan, por tanto, de la constante solicitud que mostró siempre esta Sede Apostólica en condenar los libros sospechosos y dañinos, arrancándolos de sus manos, cuán enteramente falsa, temeraria, injuriosa a la Santa Sede y fecunda en gravísimos males para el pueblo cristiano es la doctrina de quienes, no contentos con rechazar tal censura de libros como demasiado grave y onerosa, llegan al extremo de afirmar que se opone a los principios de la recta justicia, y niegan a la Iglesia el derecho de decretarla y ejercitarla.
--------------------------------------------------------------------------------
Rebeldía contra el poder
13. Sabiendod Nos que se han divulgado, en escritos que corren por todas partes,
ciertas doctrinas que niegan la fidelidad y sumisión debidas a los príncipes,
que por doquier encienden la antorcha de la rebelión, se ha de trabajar
para que los pueblos no se aparten, engañados, del camino del bien. Sepan
todos que, como dice el Apóstol, toda potestad viene de Dios y todas
las cosas son ordenadas por el mismo Dios. Así, pues, el que resiste
a la potestad, resiste a la ordenación de Dios, y los que resisten se
condenan a sí mismos (27). Por ello, tanto las leyes divinas como las
humanas se levantan contra quienes se empeñan, con vergonzosas conspiraciones
tan traidoras como sediciosas, en negar la fidelidad a los príncipes
y aun en destronarles.
14. Por aquella razón, y por no mancharse con crimen tan grande, consta cómo los primitivos cristianos, aun en medio de las terribles persecuciones contra ellos levantadas, se distinguieron por su celo en obedecer a los emperadores y en luchar por la integridad del imperio, como lo probaron ya en el fiel y pronto cumplimiento de todo cuanto se les mandaba (no oponiéndose a su fe de cristianos), ya en el derramar su sangre en las batallas peleando contra los enemigos del imperio. Los soldados cristianos, dice San Agustín, sirvieron fielmente a los emperadores infieles; mas cuando se trataba de la causa de Cristo, no reconocieron otro emperador que al de los cielos. Distinguían al Señor eterno del señor temporal; y, no obstante, por el primero obedecían al segundo (28). Así ciertamente lo entendía el glorioso mártir San Mauricio, invicto jefe de la legión Tebea, cuando, según refiere Euquerio, dijo a su emperador: Somos, oh emperador, soldados tuyos, pero también siervos que con libertad confesamos a Dios; vamos a morir y no nos rebelamos; en las manos tenemos nuestras armas y no resistimos porque preferimos morir mucho mejor que ser asesinos (29). Y esta fidelidad de los primeros cristianos hacia los príncipes brilla aún con mayor fulgor, cuando se piensa que, además de la razón, según ya hizo observar Tertuliano, no faltaban a los cristianos ni la fuerza del número ni el esfuerzo de la valentía, si hubiesen querido mostrarse como enemigos: Somos de ayer, y ocupamos ya todas vuestras casas, ciudades, islas, castros, municipios, asambleas, hasta los mismos campamentos, las tribus y las decurias, los palacios, el senado, el foro... ¿De qué guerra y de qué lucha no seríamos capaces, y dispuestos a ello aun con menores fuerzas, los que tan gozosamente morimos, a no ser porque según nuestra doctrina es más lícito morir que matar? Si tan gran masa de hombres nos retirásemos, abandonándoos, a algún rincón remoto del orbe, vuestro imperio se llenaría de vergüenza ante la pérdida de tantos y tan buenos ciudadanos, y os veriais castigados hasta con la destitución. No hay duda de que os espantariais de vuestra propia soledad...; no encontraríais a quien mandar, tendríais más enemigos que ciudadanos; mas ahora, por lo contrario, debéis a la multitud de los cristianos el tener menos enemigos (30).
15. Estos hermosos ejemplos de inquebrantable sumisión a los príncipes, consecuencia de los santísimos preceptos de la religión cristiana, condenan la insolencia y gravedad de los que, agitados por torpe deseo de desenfrenada libertad, no se proponen otra cosa sino quebrar y aun aniquilar todos los derechos de los príncipes, mientras en realidad no tratan sino de esclavizar al pueblo con el mismo señuelo de la libertad. No otros eran los criminales delirios e intentos de los valdenses, beguardos, wiclefitas y otros hijos de Belial, que fueron plaga y deshonor del género humano, que, con tanta razón y tantas veces fueron anatematizados por la Sede Apostólica. Y todos esos malvados concentran todas sus fuerzas no por otra razón que para poder creerse triunfantes felicitándose con Lutero por considerarse libres de todo vínculo; y, para conseguirlo mejor y con mayor rapidez, se lanzan a las más criminales y audaces empresas.
16. Las mayores desgracias vendrían sobre la religión y sobre las naciones, si se cumplieran los deseos de quienes pretenden la separación de la Iglesia y el Estado, y que se rompiera la concordia entre el sacerdocio y el poder civil. Consta, en efecto, que los partidarios de una libertad desenfrenada se estremecen ante la concordia, que fue siempre tan favorable y tan saludable así para la religión como para los pueblos.
17. A otras muchas causas de no escasa gravedad que Nos preocupan y Nos llenan de dolor, deben añadirse ciertas asociaciones o reuniones, las cuales, confederándose con los sectarios de cualquier falsa religión o culto, simulando cierta piedad religiosa pero llenos, a la verdad, del deseo de novedades y de promover sediciones en todas partes, predican toda clase de libertades, promueven perturbaciones contra la Iglesia y el Estado; y tratan de destruir toda autoridad, por muy santa que sea.
--------------------------------------------------------------------------------
Remedio, la palabra de Dios
18. Con el ánimo, pues, lleno de tristeza, pero enteramente confiados
en Aquel que manda a los vientos y calma las tempestades, os escribimos Nos
estas cosas, Venerables Hermanos, para que, armados con el escudo de la fe,
peleéis valerosamente las batallas del Señor. A vosotros os toca
el mostraros como fuertes murallas, contra toda opinión altanera que
se levante contra la ciencia del Señor. Desenvainad la espada espiritual,
la palabra de Dios; reciban de vosotros el pan, los que han hambre de justicia.
Elegidos para ser cultivadores diligentes en la viña del Señor,
trabajad con empeño, todos juntos, en arrnacar las malas raíces
del campo que os ha sido encomendado, para que, sofocado todo germen de vicio,
florezca allí mismo abundante la mies de las virtudes. Abrazad especialmente
con paternal afecto a los que se dedican a la ciencia sagrada y a la filosofía,
exhortadles y guiadles, no sea que, fiándose imprudentemente de sus fuerzas,
se aparten del camino de la verdad y sigan la senda de los impíos. Entiendan
que Dios es guía de la sabiduría y reformador de los sabios (31),
y que es imposible que conozcamos a Dios sino por Dios, que por medio del Verbo
enseña a los hombres a conocer a Dios (32). Sólo los soberbios,
o más bien los ignorantes, pretenden sujetar a criterio humano los misterios
de la fe, que exceden a la capacidad humana, confiando solamente en la razón,
que, por condición propia de la humana naturaleza, es débil y
enfermiza.
------------------------------------------------------------------
Los gobernantes y la Iglesia
19. Que también los Príncipes, Nuestros muy amados hijos en Cristo,
cooperen con su concurso y actividad para que se tornen realidad Nuestros deseos
en pro de la Iglesia y del Estado. Piensen que se les ha dado la autoridad no
sólo para el gobierno temporal, sino sobre todo para defender la Iglesia;
y que todo cuanto por la Iglesia hagan, redundará en beneficio de su
poder y de su tranquilidad; lleguen a persuadirse que han de estimar más
la religión que su propio imperio, y que su mayor gloria será,
digamos con San León, cuando a su propia corona la mano del Señor
venga a añadirles la corona de la fe. Han sido constituidos como padres
y tutores de los pueblos; y darán a éstos una paz y una tranquilidad
tan verdadera y constante como rica en beneficios, si ponen especial cuidado
en conservar la religión de aquel Señor, que tiene escrito en
la orla de su vestido: Rey de los reyes y Señor de los que dominan.
20. Y para que todo ello se realice próspera y felizmente, elevemos suplicantes nuestros ojos y manos hacia la Santísimo Virgen María, única que destruyó todas las herejías, que es Nuestra mayor confianza, y hasta toda la razón de Nuestra esperanza (33). Que ella misma con su poderosa intercesión pida el éxito más feliz para Nuestros deseos, consejos y actuación en este peligro tan grave para el pueblo cristiano. Y con humildad supliquemos al Príncipe de los apóstoles Pedro y a su compañero de apostolado Pablo que todos estéis delante de la muralla, a fin de que no se ponga otro fundamento que el que ya se puso. Apoyados en tan dulce esperanza, confiamos que el autor y consumador de la fe, Cristo Jesús, a todos nos ha de consolar en estas tribulaciones tan grandes que han caído sobre nosotros; y en prenda del auxilio divino a vosotros, Venerables Hermanos, y a las ovejas que os están confiadas, de todo corazón, os damos la Bendición Apostólica.
Dado en Roma, en Santa María la Mayor, en el día de la Asunción de la bienaventurada Virgen María, 15 de agosto de 1832, año segundo de Nuestro Pontificado.
--------------------------------------------------------------------------------